Por Mario Alarcón Muñiz /
Iniciamos un año complicado. Aumentan el dólar, el déficit fiscal, la deuda y la inflación. Caen la moneda nacional, las reservas y los salarios. Pero la devaluación mayor no se mide en números porque se refiere a la verdad y la confianza.
El lector de esta columna habrá advertido que aquí es muy raro mencionar al dólar. Es un asunto de economistas. Como no lo soy y además no uso ni veo dólar alguno, puedo atreverme a considerarlo, más que una moneda, un instrumento de medición de muchas cosas, inclusive del humor público.
Lo venimos observando desde hace más de dos años, cuando el gobierno nacional inició el período del cepo cambiario y todos comenzamos a prestarle atención al dólar aunque fuere a la distancia.
Es importante, claro, en los manejos económicos de cualquier volumen, pues se trata del signo monetario de mayor uso universal. Además, calibra el valor de las monedas locales. Bien lo sabemos: si el dólar sube el peso baja, configurando en tal caso la devaluación de nuestra moneda.
Es lo que ha ocurrido en los últimos meses para acentuarse a partir del 24 de enero. Más allá de las características de las medidas anunciadas ese día y por separado de las tres o cuatro tablas de dólar que circulan, sólo en enero el peso perdió el 18% de su valor. Y todo apunta -según los entendidos- a la continuidad de esa tendencia en febrero. Se trata de la mayor devaluación en doce años, desde que Duhalde puso fin a la convertibilidad.
Neoliberales y monetaristas
A un país exportador -en nuestro caso de alimentos- le favorece el aumento del dólar. Ya sucedió entre 2002 y 2003 dando origen a la primavera K. Claro que paralelamente se encarecen las importaciones, algunas de ellas vitales (petróleo, tecnología, medicamentos).
Además, cae de manera rigurosa sobre los sectores de menores ingresos. Aunque no tengamos con él contacto alguno, ese dólar alto se nos viene encima y nos golpea. No alcanzan las “recomposiciones” de salarios. Suelen llegar tarde. Para entonces los precios ya han causado estragos en la mayoría de la gente.
El problema es complejo y presenta aristas variadas. Quizá la más significativa sea la que muestra el pase al archivo del modelo. El gobierno calla, pero estas recetas monetarias son típicas del neoliberalismo. Muchos actuales funcionarios y legisladores lo saben desde que lo palmeaban a Menem.
La historia recuerda a Alsogaray, Krieger Vasena, Pastore, Martínez de Hoz, Sigaut, Alemann, Cavallo y sigue la lista. Neoliberales y monetaristas. Como ahora, aunque la pose pretenda disimularlo.
Las recetas de París
No deja de llamar la atención que este giro, insinuado desde tiempo atrás, se haya acentuado al regreso del ministro de Economía, luego de su visita al Club de París, a mediados de enero.
Kicillof viajó para renegociar la deuda de la Argentina con los países integrantes de esa comunidad financiera. Casi todos los gobiernos nacionales lo han hecho, pero las cosas siguen más o menos como hace 58 años cuando se iniciaron las tratativas.
Esta vez las versiones fueron contrapuestas. Kicillof informó que presentó propuestas de pago. Una alta funcionaria del Club de París dijo que no hubo propuesta alguna. Se reunieron, eso si. Y probablemente la agrupación financiera puso condiciones para empezar a conversar. La política cambiaria, el déficit fiscal, la inflación, serían los puntos centrales. A esto asistimos hoy, aunque el relato oficial lo niegue, cargándole las culpas a cuanta peste ande suelta.
Lo que no se dice
Dólar, deuda, caída de las reservas, déficit, precios, salarios, devaluación, son temas de estos días. Y en mayor o menor medida, preocupan. Sin embargo, nadie habla de la devaluación mayor: la de la credibilidad o la confianza.
Sólo el viaje del ministro a París demuestra que el reiterado discurso del “desendeudamiento” que solemos escuchar, es una falsedad. Estamos endeudados. Algo se pagó, es cierto, allá por 2006. Pero algunas fuentes mencionan una deuda nacional de 260.000 millones de dólares.
Ni hablemos de la deuda provincial. De los 7.290 millones de pesos que mencionábamos en nuestra nota del 29 de diciembre pasado, 900 millones de pesos están dolarizados y crecerán a 1.290 millones de nuestra moneda a la nueva cotización oficial de $ 8.01 por dólar. Nadie explica nada, por supuesto. Y somos nosotros los que pagamos. Ahora con aumento.
Las pérdidas más importantes
Mientras tanto hay problemas muy serios que reclaman atención. El de la salud es uno de los más graves. Durante la semana la población de San Salvador se movilizó por segunda vez en demanda de atención, pues en los últimos años han crecido de manera alarmante los casos de cáncer en un sector de la ciudad . El gobierno se enteró hace cinco días. Se sospecha de las fumigaciones, tema que desde hace cuatro años va y viene en la Legislatura. Dicho sea de paso, el hospital local carece de terapia intensiva y de terapia intermedia. (San Salvador, siglo XXI, 13.500 habitantes, cabecera de su departamento, capital nacional del arroz).
A su vez las clínicas y sanatorios de la provincia pusieron el grito en el cielo porque les faltan insumos básicos. Atribuyen la crisis al cierre de importaciones.
En educación, no sólo ha caído el salario real del docente, sino también el respeto social del maestro que ha pagado con vidas sus demandas (Carlos Fuentealba, Neuquén, el más reciente). Es esta otra devaluación muy fuerte del noble oficio de enseñar.
Aumentó el presupuesto nacional de educación a partir de 2006, pero sin resultados. La última estadística internacional Pisa ubica muy mal a la educación argentina. Más de la mitad de los jóvenes no ha terminado el ciclo secundario. Quizá ayude el nuevo plan Progresar. En principio es un aporte interesante que dependerá de su implementación. Habrá que seguirlo de cerca.
Entre tantas cosas devaluadas, las mayores pérdidas caen sobre la credibilidad. Casi nada es lo que el relato oficial dice que es. Y esta devaluación de la verdad y la confianza, a la larga afecta a todos por igual.
Columna publicada en EL DIA de Gualeguaychú del día 2 de
febrero de 2014. Se reproduce con autorización del autor
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