POR HENRY RAMOS ALLUP / Cada uno de los fascismos atribuye su existencia y conducta a la presencia y procedimientos del otro, cuando en verdad ambos son causa y consecuencia de una misma atrocidad. El fascismo oficialista se manifiesta ya en el aprovechamiento de las instituciones gubernamentales que controla completamente, incluyendo la fiscalía y los tribunales con sus autos de detención intimidatorios, las policías, las fuerzas militares, los colectivos armados, la violación sistemática de los derechos humanos, etcétera, y el fascismo opuesto se expresa en las guarimbas y cierre de vías públicas que afectan al ciudadano común, el destrozo de locales públicos y privados, la quema de basura, de patrullas y unidades de transporte público, hechos casi todos circunscritos a municipios donde habitan sectores de clase media y alta. Ambos, como dijera el eminente historiador Eric Hobsbawm, comparten «la concepción de la política como violencia callejera», y en medio de ambos una inmensa cantidad de ciudadanos de todas las tendencias y preferencias que se sienten intimidados y acorralados por ambos fascismos, constreñidos en rabia silenciosa a aceptar los desmanes perpetrados por los gamberros de la calle.
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