viernes, 20 de diciembre de 2013

30 AÑOS DE CONTINUIDAD DEMOCRÁTICA EN LA ARGENTINA



Por Ramiro Pereira / 30 años de continuidad democrática en nuestro país brindan una adecuada excusa para reflexionar sobre el más extenso período de vigencia efectiva del principio de soberanía popular. En efecto, sobre la premisa de la eminente dignidad del ser humano, es el propio individuo -convertido en ciudadano- quien se autogobierna. Tal prolongada continuidad democrática solo reconoce como antecedente el período que va de 1912 a 1930, en que el sector más lúcido de la élite gobernante a través del presidente Sáenz Peña, tras dos décadas de lucha de los radicales y ante el temor de la desnaturalización de la sociedad por la afluencia inmigratoria, la modernización económica y el riesgo de las ideas foráneas de izquierda, estableció el voto secreto, obligatorio y universal haciendo realidad el principio constitucional de gobierno representativo (democrático). La hora de la espada truncó aquella experiencia, ante la falta de fe en la democracia de los sectores opuestos al presidente Yrigoyen, quienes ante la constatación que el pueblo votaba mal –la alevosa encrucijada del cuarto oscuro, la llamó Leopoldo Melo- adhirieron unos a las ideas corporativistas autoritarias que campeaban en Europa, y otros se dispusieron a falsear la democracia mediante el recurso al fraude electoral durante la que sería conocida como década infame. Hay que decir que junto al retroceso de las ideas liberales en los sectores conservadores, en el quiebre constitucional de 1930 fue determinante la falta de estructuración nacional de los grupos que antes de la sanción de 1916 habían gobernado el país. En efecto, frente a la Unión Cívica Radical no se irguió otro partido nacional que con su acción opositora equilibrara el escenario político dentro de los marcos institucionales, preparándose para ocupar el gobierno en elecciones presidenciales que resultaran competitivas. 1930 implicó la pérdida de la República, construida lentamente desde 1853 y realizada cabalmente con la conquista del sufragio en 1912. Durante el siguiente medio siglo la Argentina padecería golpes de estado y sus dictaduras, fraude electoral, gobiernos autoritarios surgidos del voto popular, proscripción, acción terrorista de grupos políticos y terrorismo de estado. 1983 pues, más que una recuperación de la democracia, fue en verdad el inicio de un período –ahora lo sabemos- nuevo de la vida Argentina, caracterizado por el compromiso de los actores políticos y sociales en preservar la vigencia de las autoridades surgidas del voto popular. Debe decirse que en aquellos años de latransición no resultaba nada claro que el poder militar no interrumpiría nuevamente un gobierno constitucional. En cualquier caso, lo que distingue la transición hecha en la Argentina de la dictadura a la democracia es que aquí no hubo impunidad. En efecto, la Argentina constituye a la fecha el único caso en el mundo en que los dictadores fueron juzgados dentro del marco legal y con respeto de la garantía del debido proceso, y condenados. Pero en el plano social, la sociedad igualitaria que había sido la Argentina no sobrevivió a la última dictadura militar. La democracia del voto coexiste pues con una ruptura social entre incluidos y excluidos. Los años de la democracia no han sino profundizado la sociedad de la desigualdad, en especial desde 1989/90 a la fecha. La holgura fiscal de la última década y la proclamada adhesión a la presencia del Estado no han logrado una acción pública efectiva para sacar de la miseria a amplias franjas de la sociedad. A 30 años de la democracia en Argentina, tenemos pues el enorme desafío de pensar una política que actúe con sentido de justicia y a la vez de responsabilidad, frente a los desafíos de un Estado débil y opaco, que no logra cumplir adecuadamente con sus cometidos, entre los cuales resalto detentar el efectivo monopolio de la fuerza física en el territorio y hacer frente al crimen organizado, en especial el vinculado al tráfico de drogas ilícitas. La Constitución Nacional, con su progresista reforma de 1994, quizás sea una guía adecuada para transitar los próximos tiempos de esta democracia, imperfecta como toda construcción humana, pero perfeccionable.

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