lunes, 11 de noviembre de 2013

Concepción del Uruguay, la ciudad de las ranas…

Por José Antonio Artusi  / Ahí están, a la vista de todos, pero invisibles. Problemas estructurales, de larga data, imposibles de adjudicar a una sola gestión de gobierno, que inciden negativamente en la calidad de vida de los uruguayenses, a los que nos hemos acostumbrado lentamente, como la rana sumergida en agua tibia que termina muerta en agua hirviendo. Los hemos naturalizado, se han tornado casi invisibles, nos hemos acostumbrado a que formen parte del paisaje cotidiano y no nos llaman la atención ni generan indignación. Preocupa más esto, la falta de condena social, de reacción ciudadana y de debate informado, que la carencia de ideas del gobierno para avanzar en la solución de los déficits. Porque los gobiernos, se sabe, en un sistema democrático representativo, no nacen de un repollo, sino del sufragio popular. Preocupa también la falta de una mirada crítica en los contenidos que nos ofrecen los medios de comunicación locales, con honrosas excepciones que confirman la regla. 
¿No es acaso un verdadero escándalo que una ciudad ribereña, que tiene al turismo como uno de los pilares de sus posibilidades de desarrollo local y a las playas como uno de sus principales atractivos, tenga su sistema cloacal absolutamente colapsado y que vuelque los efluentes cloacales crudos al río, cuando no desbordan en la vía pública, invaden domicilios, o van a parar a arroyos y cañadas provenientes de conexiones clandestinas? 
¿No indigna a nadie que se destinen centenares de millones de pesos para embellecer playas en las que no se va a poder bañar nadie porque sus aguas están contaminadas y no se asigne un centavo a la concreción de una planta de tratamiento de líquidos cloacales que ya estaba proyectada a mediados de los ´80, como parte del proyecto multipropósito de defensa contra las inundaciones? ¿No preocupa a nadie que durante buena parte del año la turbidez del agua potable supere los máximos admisibles fijados en la normativa vigente? 
¿Cuando fue el momento en el que nos acostumbramos a no ser una ciudad limpia, con un espacio público razonablemente cuidado? Claro está, son algunos de los mismos vecinos que arrojan residuos en cualquier lado los que contribuyen a este estado de cosas. Y la administración municipal hace su parte, con un pésimo servicio, sin ideas a futuro de cómo avanzar en la solución de un problema que no es una maldición divina, sino que tiene solución; obviamente si se quiere, se sabe y se puede hacerlo. ¿Se quiere? 
¿Cuando dejó de darnos vergüenza cada vez que vamos a la Terminal a buscar a un familiar o un amigo y vemos (¿vemos?) ese verdadero monumento a la desidia y el descuido? ¿No hiere nuestro orgullo y nuestra autoestima como uruguayenses que la única alternativa para salir de ese estado de cosas lamentable sea aceptar las absurdas ideas de un empresario foráneo de dudosos antecedentes interesado solamente en la fabulosa rentabilidad de la privatización del juego y los “negocios” anexos? 
El deterioro del espacio público, la degradación ambiental, la falta de planificación del desarrollo urbano, la primacía de intereses privados que colonizan el Estado en provecho propio, el crecimiento caótico y disperso de la ciudad hacia su periferia sin servicios ni equipamientos adecuados, la falta de acceso al suelo y a la vivienda digna para amplios sectores, la especulación inmobiliaria, el deterioro del patrimonio histórico y arquitectónico, el crecimiento de la violencia y el delito, el caos del tránsito y la inseguridad vial, las carencias en transporte público, el déficit de espacios verdes, la falta de ideas y de proyectos para promover el desarrollo local de manera sostenible, y tantos otros problemas, están ahí. El primer paso para resolverlos es verlos, e indignarse. Y actuar en consecuencia. Necesitamos menos ranas y más indignados.-

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