Por Guillermo Pérez / La muerte de Luana Jaqueline Almirón de dos años ayer a la madrugada no fue un accidente. Fue la consecuencia de la “infravida” a la que están sometidas cientas de familias concordienses a las que no llegan ni los más voluntariosos programas de inclusión.
Si uno recorre cualquiera de los asentamientos de Concordia (llamados también “villas miseria”) y observa las casillas de madera de material altamente inflamable, las precarias conexiones eléctricas clandestinas o la inexistencia de suministro eléctrico que obliga a alumbrarse con fuego, el hacimiento, los pisos de tierra, la falta de salubridad para el tratamiento de alimentos o mamaderas, llega a la conclusión de que el hecho de que no mueran más chicos en esos lugares es una cuestión de suerte.
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