Por Rogelio Alaniz / Adolfo Rotblat tenía 21 años, era universitario y seguramente se ilusionó con protagonizar una épica semejante a la del Che y Fidel. Pronto el asma, la sed y el hambre afectaron su sistema nervioso y para los primeros días de noviembre era una piltrafa humana dominada por ataque de llantos y delirios. La resolución para ese derrumbe fue la ejecución, una decisión que generó algunas tibias oposiciones y que Masetti cumplió personalmente invocando la necesidad de fortalecer el temple revolucionario de la guerrilla.
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