Por Gerardo Pisarello / Campañas como las de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca están devolviendo la dignidad y la capacidad de actuación colectiva a personas hasta hace poco aisladas, culpabilizadas y abrumadas por el miedo. Sus acciones de desobediencia no surgen de la nada. Recogen –y reinventan— la mejor tradición del movimiento vecinal antifranquista y una herencia que se remonta, al menos, a los sindicatos de inquilinos existentes en Bilbao, Sevilla, Tenerife o Barcelona a principios del siglo XX. A la impunidad financiera, a la voracidad especulativa y a la criminalización de la protesta, oponen algo sencillo pero elemental: priorizar las necesidades básicas de las personas y hacer del acceso a la vivienda y a la ciudad un derecho fundamental y un bien público-común.
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