Por Vivek Chibber / A lo largo del siglo XX, el faro de los movimientos anticoloniales fue, al menos para la izquierda, fue la cronvicción de que la opresión era indecente se practicase donde se practicase, porque era una afrenta a necesidades humanas básicas: a la dignidad, a la libertad, al bienestar elemental. Pero ahora, en nombre del antieurocentrismo, la teoría poscolonial ha resucitado el mismo esencialismo cultural que los progresistas vieron correctamente como la justificación ideológica de la dominación imperial. ¿Qué mejor excusa para negar sus derechos a los pueblos que impugnar la misma idea de derechos y de intereses universales como fundado en prejuicios culturales? Pero esa maniobra ideológica ha de ser enérgicamente rechazada, y es difícil ver cómo podría rechazarse si no es abrazando precisamente el universalismo del que los teóricos poscoloniales exigen que nos desprendamos. No es posible el regreso de una izquierda internacionalista y democrática, a menos que desenmarañemos estas telarañas, y afirmemos con toda resolución ambos universalismos: el de nuestra común humanidad y le de a amenaza que para ella representa un capitalismo brutalmente universalizador.
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