Por Mario Alarcón Muñiz / Desde el anterior fin de semana, el documento del Episcopado emitido el viernes 9 tras la periódica asamblea de obispos realizada en Pilar, ha ocupado la atención pública motivando comentarios y polémicas. Es lógico que así ocurra. Nadie duda del rol y el peso de la Iglesia en la vida argentina desde los orígenes nacionales. Menos aún de la importancia que
la dirigencia política, económica y social otorga a la palabra de los obispos cuando se expresan en conjunto. Una vez más esto ha quedado demostrado.
La anterior conferencia episcopal, en noviembre pasado, colocó en el debido sitio de preocupación pública el problema de la droga y el narcotráfico. No fue novedad. Unos más, otros menos, todos lo conocíamos. De igual manera el gobierno. Pero a partir de entonces el asunto cobró otra dimensión. Las acciones desplegadas -hasta ahora más ruidosas que efectivas- procuran demostrar que se está actuando. Después se verá. Por lo pronto hay una olla destapada.
Primero, saber de qué se trata
Uno de los defectos más notorios de los argentinos -inclusive de los dirigentes- es discutir con la sola información de los títulos. Esto volvió a ocurrir a raíz de la declaración de los obispos. Muchos no la habían leído y ya opinaban. Inclusive la Presidenta, en el acto de homenaje al padre Mujica, al aconsejarles “leer a Francisco, en lugar de viajar tanto a Roma a sacarse fotos” y recordar “la Argentina del ’55 o del ’76 para saber lo que ha sido la violencia”.
Resultó evidente que sólo había leído el título de los principales diarios (“La Argentina está enferma de violencia”), porque si bien esa frase aparece en el primer párrafo de la declaración, el texto es mucho más amplio y profundo. Por otra parte abre una puerta para dialogar sobre ese y otros temas de preocupación pública.
Tanto dirigentes de la Cámpora como la señora Carlotto, repitieron el error. En el apresuramiento por contestar, les resultó más fácil remitirse al pasado, cuando la Iglesia de nuestro país era orientada por Plaza y Tortolo, sus vinculaciones con la dictadura militar y el silencio ante el terrorismo de estado, que leer el documento episcopal. Si lo hubieran leído antes de opinar, lo habrían juzgado de otro modo. Cabe suponer…
(A propósito: aquella Iglesia también comprendía nombres como los de los obispos Angelelli -asesinado por la dictadura-, Hesayne, De Nevares, Novak y Zazpe, defensores de los derechos humanos, además de los curas tercermundistas, entre ellos Mujica, y en Entre Ríos Servín, Dri, De Zan y algunos otros.)
Ya sucedió en oportunidad de la elección del papa. Las primeras opiniones fueron adversas y en ciertos casos agraviantes. Después las cosas cambiaron.
Esta semana a tal punto se equivocó la Presidenta, que enmendó el traspié gestionando por medio del secretario de Cultos un encuentro con el presidente del Episcopado, monseñor Arancedo, registrado el jueves. El sigilo que rodeó la reunión, estimuló rumores. Una versión muy difícil de confirmar consigna que alguna palabra del papa Francisco promovió el encuentro, desarrollado en un clima de respeto y cordialidad, según los escasos participantes y sus allegados.
Los problemas de nuestra realidad
A todo esto, es bueno enterarse del contenido de la declaración, nada extensa por otra parte. Dice, como reflejaron varios títulos, que “la Argentina está enferma de violencia”. Habla de la inseguridad y de los hechos delictivos reveladores de “una violencia cada vez más feroz y despiadada”, pero también señala como violencia “la situación de exclusión que afecta a muchos sectores, privación de oportunidades, de hambre y de marginación, de precariedad laboral, de empobrecimiento estructural de muchos, que contrasta con la insultante ostentación de riqueza de parte de otros”. Añade “escenarios violentos que afectan la dignidad de la persona humana”, mencionando “la desnutrición infantil, gente durmiendo en la calle, hacinamiento y abuso, violencia doméstica, abandono del sistema educativo, peleas entre ‘barrabravas’ a veces ligadas a dirigentes políticos y sociales, niños limpiando parabrisas de los autos, migrantes no acogidos e, incluso, la destrucción de la naturaleza. Hemos endurecido el corazón incorporando estas desgracias como parte de la normalidad de la vida social, acostumbrándonos a la injusticia y relativizando el bien y el mal”, comenta.
Exhorta a “sanar nuestras propias violencias”, destaca el valor de la familia donde “aprendemos la buena noticia del amor humano y la alegría de convivir” y se refiere a los frecuentes episodios de violencia escolar.
Ataca “la corrupción, tanto pública como privada, un verdadero cáncer social causante de injusticia y muerte”, porque “desvía dineros destinados a servicios elementales de salud, educación y transporte”. Denomina a estos delitos “estafas económicas y morales que corroen la confianza del pueblo en las instituciones de la República y sientan las bases de un estilo de vida caracterizado por la falta de respeto a la ley”.
Se refiere también a “la violencia verbal, a las calumnias y a la mentira, que socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones sociales”.
Luego de subrayar el compromiso de “educarnos para la paz”, insta “particularmente a la dirigencia a desarrollar un diálogo que genere consensos y políticas de estado para superar la situación actual”.
En general el documento no presenta flancos de disenso. Es un reflejo de nuestra realidad.
Más allá de las adhesiones o cuestionamientos de cada uno respecto de la Iglesia y su conducción, los obispos apuntaron al centro de la actualidad nacional. Claro que si no se actúa en consonancia, si nadie abre el diálogo, si insistimos cada uno en tomar la propia verdad como única y absoluta, si menospreciamos las opiniones ajenas, seguiremos empantanados. La Iglesia tiró una cuerda. Del gobierno y de los demás sectores políticos, económicos, sociales y culturales, dependerá su uso.
Publicado en EL DIA, Gualeguaychú, 18 de mayo de 2014. Se reproduce por gentileza del autor.-
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