Por José Antonio Artusi
Venía escribiendo en Twitter un hilo con párrafos de 10 libros de mi biblioteca (en papel) que se refieren al ingreso ciudadano universal (IBU). Y el otro día me llega este reportaje a Agustín Salvia, que me motivó a escribir otro hilo acerca de algunos conceptos que allí se vierten:
Venía escribiendo en Twitter un hilo con párrafos de 10 libros de mi biblioteca (en papel) que se refieren al ingreso ciudadano universal (IBU). Y el otro día me llega este reportaje a Agustín Salvia, que me motivó a escribir otro hilo acerca de algunos conceptos que allí se vierten:
Copio, pego y edito acá algunos de esos tweets. Al final, un bonus track con algunas respuestas que tuve y algo que Eduardo Levy Yeyati escribió en su propia cuenta.
Salvia expresa con claridad y sinceridad un pensamiento conservador y paternalista, antiliberal, que está profundamente arraigado en algunas franjas de la sociedad argentina. Diseñar políticas públicas basadas en esa matriz de pensamiento sólo llevará a profundizar nuestro atraso y decadencia y a condenar a los pobres a situaciones de sometimiento y falta de oportunidades de verdadero acceso al disfrute efectivo de una democracia social plena, entendida – siguiendo a Hipólito Yrigoyen – como aquella que no sólo garantiza las libertades políticas sino que entraña a la vez la posibilidad para todos de poder alcanzar un mínimum de felicidad siquiera (Mensaje al Congreso Nacional, 31 de agosto de 1920). Y está claro que la posibilidad de alcanzar ese mínimo de felicidad está indisolublemente unida a la de acceder a “las condiciones materiales de la libertad”, como lúcidamente tituló Daniel Raventós su libro sobre el IBU.
El IBU no sólo es viable, sino imprescindible; y no sólo en la emergencia. El IBU es mucho más que un programa de ingresos, no es un "plan", ni una dádiva, ni un subsidio, sino un derecho de ciudadanía, universal e incondicional, justificado de manera brillante por Thomas Paine a fines del siglo XVIII.
Decir que el IBU sólo integra a las personas como consumidores es ignorar la abundante evidencia empírica que arrojan muchos experimentos; en los que se demostró que mejora la capacidad individual para elegir entre diversas formas de empleo o auto empleo, aumentando este último. Además, pasa por alto que el consumo que un IBU permite, como su nombre lo indica, es básico, suficiente para acceder sólo a bienes y servicios quepermiten satisfacer necesidades elementales para la subsistencia, aquellas que Maslow situó en la base de su famosa pirámide.
El trabajo precario garantizado, con remuneraciones que con suerte sólo permiten no caer en la indigencia, encima a cargo de municipios y organizaciones sociales, sólo significa profundizar la dependencia y el clientelismo. Alternativas como ésa - obviamente preferibles de todos modos a no hacer nada, digámoslo por las dudas - no dignifican sino que, al contrario, agravan la estigmatizacion y la exclusión de los pobres, además de caer en la “trampa” de la pobreza, condenándolos a ser eternamente pobres o casi, y retroalimentado el círculo vicioso de la perpetuación intergeneracional de la pobreza. Estar obligado a aceptar, para poder subsistir, un empleo mínimo garantizado que no requiera capacitación, realizando alguna tarea que puede tranquilamente automatizarse, muy probablemente en condiciones inseguras o insalubres, sujeto a la discrecionalidad del jefe de una seudo cooperativa o un municipio, es denigrante, no construye ciudadanía ni brinda posibilidades de desarrollo humano integral, y acerca al término “trabajo” a su origen etimológico, más que al significado virtuoso que tiene el trabajo digno, productivo y socialmente útil: La palabra trabajo viene de trabajar y esta del latín tripaliare. Tripaliare viene de tripalium (tres palos). Tripalium era un yugo hecho con tres (tri) palos (palus) en los cuales amarraban a los esclavos para azotarlos.
No creo como algunos neoliberales que el IBU deba reemplazar al Estado de bienestar, todo lo contrario, quiero más y mejor educación pública y seguro nacional de salud; y un IBU sería un instrumento eficaz al servicio del aumento de la capacidad real de ejercer derechos humanos económicos y sociales desde una perspectiva de autodeterminación y libertad, en la que el Estado no imponga modelos de conducta como alternativas virtuosas de vida, como también muestran diversas experiencias en muchos países en las últimas décadas. Convengamos además que nuestro Estado de bienestar, que siempre fue un proyecto inconcluso, hoy deja mucho que desear y requiere profundas reformas. Algunas de esas reformas tendrían en un IBU un poderoso aliado, al mejorar algunos aspectos de los determinantes sociales de la salud y condiciones de acceso al sistema educativo. Pero advirtamos también que el IBU no es una panacea, y debe articularse de manera armoniosa con políticas de empleo y de desarrollo económico y social. De otra manera, obviamente se tornará inviable, pero en ese caso el riesgo será mucho mayor; nuestra propia capacidad de marchar hacia un horizonte de progreso y bienestar será lo que estará en jaque, de manera integral.
Hay restricciones presupuestarias, es obvio, toda política pública las tiene, y está claro que el monto, que siempre es básico, en nuestro país podría ser muchísimo menor en principio que en otros países, y probablemente debería implementarse de manera gradual aprovechando e integrando lo que ya tenemos, que hace que no estemos tan lejos (AUH, asignaciones familiares, desgravaciones en el impuesto a las ganancias, seguro de desempleo, etc.); e, idealmente, de la mano de una reforma tributaria progresiva que elimine impuestos regresivos y distorsivos que castigan a trabajadores y consumidores y los sustituya por tributación al valor del suelo libre de mejoras, el que Milton Friedman consideraba que era el menos malo, la vieja idea de Henry George y los economistas liberales clásicos. Ya que estamos con Milton Friedman digamos que también es el autor de una idea bastante ingeniosa y sencilla para lograr algo parecido al IBU, el impuesto negativo a la renta. Rechazaré “in limine”, a lo Rosenkrantz, acusaciones de ser “neoliberal” por suscribir esas dos ideas, o sea el IBU y el impuesto al valor del suelo libre de mejoras. Es el impuesto negativo a la renta la mejor alternativa para instrumentar un IBU? Probablemente no; pero es una base para empezar a discutir. Es el impuesto al valor del suelo libre de mejoras el mejor impuesto? Sí, en eso economistas de las más variadas escuelas se han puesto de acuerdo.
Hay tantos autores para refutar esa postura conservadora paternalista pobrista que no sé por dónde empezar; pero empiezo con Piketty: “... el ingreso ciudadano puede tener ventajas más refinadas. Por ejemplo, brinda una mejor garantía a los beneficiarios de transferencias sociales que están por encontrar empleo y, de esta manera, mejora su motivación al trabajo:...”.
Y ahora algunas de las respuestas que recibí:
“En el fondo de todo está el problema con la libertad. No les gusta, no se la bancan.”
“Nunca explica por qué no es viable. Su oposición es ideológica, desde el paternalismo católico. Por lo menos es sincero.”
Y finalmente, la reacción de Eduardo Levy Yeyati: “Dado que Agustín me cita, me veo obligado a corregirlo: como bien decía Martin Luther King, ninguna transferencia (universal o no) invalida la necesidad de dar trabajo (genuino, no como en el caso del empleo asegurado), sino que la complementa. Acá está un poco más desarrollado el punto:https://www.lanacion.com.ar/…/un-ingreso-universal-que-comp… . Por último, aclaremos que el mismo Martin Luther King decía que, tras darle un ingreso a los ciudadanos, había que darles un trabajo. Así, no ignoraba los efectos psicológicos del desempleo; sólo advertía que el trabajo en tanto realización no necesariamente debía asociarse a la subsistencia.”
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